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La nostalgia: cuando Hollywood se alimenta del pasado

  • Foto del escritor: ESZNA
    ESZNA
  • 22 sept
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 14 oct


Madrid, Comunidad de Madrid

Fotograma de la última entrega de la saga Bridget Jones
Fotograma de la última entrega de la saga Bridget Jones

Texto: Ángela Bellón


Estamos en un momento en que acudir al cine parece sentirse como un acto de resistencia —hay que salir de la comodidad de casa, dejar atrás las plataformas que nos ofrecen cualquier cosa a golpe de clic, pagar una entrada que no es precisamente barata y confiar en que lo que veremos en pantalla merezca la pena. Y aún así, seguimos haciéndolo con ansias de encontrar una nueva historia que nos cautive.


Y Hollywood parece recurrir, con más insistencia que nunca, a un recurso al que parece no querer renunciar: la nostalgia. Los grandes estudios apuestan por live-actions de películas de nuestra infancia, remakes y reboots, como si las historias nuevas ya no tuviesen cabida en nuestras pantallas. Y es que parece que solo basta con apelar a un recuerdo para asegurarse una taquilla millonaria.


Los números son claros: en 2024, nueve de las diez películas más taquilleras fueron secuelas, precuelas, reboots o adaptaciones. Tan solo una historia original consiguió colarse en ese decálogo. El cine estadounidense, que antaño presumía de reinventarse con cada generación, hoy parece empeñado en reciclar su propio pasado, en un bucle interminable donde la creatividad cede terreno a la aparente seguridad financiera.


Recordamos con cariño Del revés 2, Deadpool & Wolverine, Dune: Parte Dos, Moana 2, entre otros. Incluso títulos animados de gran éxito como Gru Mi Villano Favorito 4 o Kung Fu Panda 4 repiten fórmulas inerciales. La excepción fue Wicked, adaptación de un musical ya emblemático.


Quizá la pregunta más inquietante es por qué, como espectadores, seguimos respondiendo a esta llamada. Tal vez la nostalgia funcione como un refugio en un mundo cada vez más inestable: guerras, crisis climática, inflación, incertidumbre laboral. Ante ese panorama, ¿quién no preferiría volver, aunque sea por dos horas, al confort de un recuerdo infantil, a la ilusión de una canción que creíamos olvidada? Ir al cine, en ese sentido, se convierte en un ritual melancólico, una búsqueda de certezas en un presente demasiado líquido.


¿Nostalgia o rentabilidad?

Hay razones comerciales poderosas detrás de esta tendencia. Un mundo fragmentado, marcado por la incertidumbre, encuentra en la nostalgia un refugio emocional cómodo. Volver a un universo ya conocido significa garantizar millones de espectadores dispuestos a pagar por la reconexión con aquello que se amó de niño.


Obras como Lilo & Stitch (2025), un remake híbrido que combina acción real y CGI, demuestran esa efectividad: recaudó más de 1.000 millones de dólares y se convirtió en el mayor taquillazo de su tipo.

Fotograma del live action de Lilo y Stitch (2025)
Fotograma del live action de Lilo y Stitch (2025)

Pero no todos los intentos tienen finales felices. Blancanieves (2025) fue uno de los mayores fracasos de Disney en años recientes: a pesar de un presupuesto que rozaba los 270 millones de dólares, su recaudación global apenas superó los 205 millones, generando pérdidas considerables. Y es que ni siquiera el talento de Rachel Zegler fue capaz de paliar este batacazo en la taquilla. ¿La explicación? Un público saturado que ya no responde automáticamente a la marca y exige algo más que familiaridad.


Entre la torpeza y la fatiga


La sobresaturación de contenido nostálgico está provocando una reacción crítica incluso entre los propios públicos: un artículo del People refleja cierto hartazgo con la tendencia, que está perdiendo impacto emocional y se percibe cada vez más como pereza creativa.

Y no parece ser una crítica aislada. Según los datos de Rotten Tomatoes, los remakes suelen salir peor parados que las películas originales: mientras estas consiguen una puntuación media de aproximadamente 81%, las adaptaciones languidecen en torno al 47%. 


Así, la nostalgia se revela como un arma de doble filo: puede atraer, sí, pero también cansar y romper expectativas cuando la propuesta carece de alma. Ante la repetición continua, el público más joven —millennials y generación Z— afirma preferir historias originales: una encuesta señalaba que un 74 % de ellos así lo veía.


Paradójicamente, cuando ir al cine se convierte en una experiencia rebelde, la insistencia en contar historias ya contadas suena conservadora. No es espontáneo recorrer un pasillo repleto de pósteres de sagas siniestras, superhéroes fatigados o remakes que apenas aportan nada nuevo. La revolución estaría en apostar por lo arriesgado, lo inédito, aquello que estremezca el cine —el espacio compartido— frente al confort individual de la pantalla en casa.


Fotograma La La Land
Fotograma La La Land

Hay señales esperanzadoras: estudios como A24 o Neon, con Everything Everywhere All at Once o Sinners, demuestran que lo original puede brillar y emocionar al gran público. Desde una perspectiva de taquilla, Una película de Minecraft convenció con una narrativa fresca aunque basada en un universo previo; generó 954 millones en recaudación. La clave estuvo en equilibrar lo familiar con propuestas novedosas.


La cuestión, entonces, no es demonizar los remakes sino cuestionar el modelo estandarizado que copia fórmulas y evoca sin excusa. Volver a nuestra infancia a través de la pantalla no debería ser un ejercicio mecánico, sino un viaje transformador.


Quizá ahí se esté gestando un nuevo cambio: si la nostalgia empieza a perder rentabilidad, ¿veremos por fin un regreso de la creatividad a gran escala?


Quiero pensar que sí. Que la nostalgia no desaparecerá —porque forma parte de nuestra relación con el arte—, pero dejará de ser el plato principal para convertirse en un condimento, algo que enriquezca lo nuevo en lugar de sustituirlo. El verdadero reto de Hollywood no es repetir lo que ya funcionó, sino imaginar qué relatos pueden emocionarnos mañana. Y si de verdad ir al cine es hoy un acto revolucionario, entonces la revolución debe consistir en exigir historias frescas, audaces, inesperadas.


Fotograma Materialistas (2025)
Fotograma Materialistas (2025)

Porque, al final, la nostalgia no es mala en sí misma. Lo peligroso es convertirla en norma, en dieta única. Y como todo lo que se consume en exceso, termina por empalagarnos. Yo seguiré yendo al cine, por convicción, por placer y también por resistencia. Pero lo haré esperando que algún día, entre tanto remake y reboot, alguien se atreva a darme lo que no sé que quiero, pero que sin duda necesito: una historia nueva.


Tal vez, asistir al cine hoy tenga algo de utopía colectiva, de grito al vacío, de acto revolucionario. Pero si la utopía es posible, no será reviviendo viejos recuerdo, sino construyendo nuevos, creando grandes historias. El verdadero acto revolucionario sería romper esa inercia nostálgica y apostar por historias que se liberen del pasado y nos desafíen, nos conmuevan, nos hagan debatir. Porque el cine no muere en el recuerdo: renace si nos atrevemos a (re)pensarlo de nuevo.




1 comentario


Adriana Agudetse
Adriana Agudetse
22 sept

cuánta verdad y qué bien dicho!!!

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