“The Mastermind”: Kelly Reichardt y el arte de robar sueños
- ESZNA
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Texto: Ángela Bellón
Kelly Reichardt llega a nuestras pantallas el próximo 31 de octubre con The Mastermind, una película que parece haber aparecido en el momento justo. Y es que la cinta gira en torno al robo a plena luz del día de varios cuadros en un museo, un tema muy a la orden del día dados los recientes acontecimientos ocurridos en el Louvre.
No obstante, que esta premisa no os lleve a pensar que se trata de una película de acción, de atracos o de la elaboración de un plan ultra sofisticado para llevar a cabo el robo del siglo. Nada más lejos de la realidad. De hecho, si hay algo que valorar especialmente en la película es su forma de retratar, con una sutileza arrolladora, la desilusión imperante en el Estados Unidos de los años setenta. Un filme que desmenuza hasta el extremo la idea del sueño americano.
Así, vemos cómo Josh O’Connor encarna a JB, un licenciado en Historia del Arte que planea un atraco en un museo de arte contemporáneo reclutando a unos secuaces de todo menos profesionales. Todo lo observamos a través de los ojos de JB. Reichardt nos muestra a un hombre de familia, desempleado y absolutamente precarizado, que no ve otra forma de salir adelante que atacar aquello que más valora: el arte. La cinta nos enseña cómo la necesidad y el hastío vital lo llevan a tomar una decisión que marcará el rumbo de su vida. Una valentía que, irónicamente, acaba sentenciando su futuro por completo.

De este modo, la mirada de la directora da una vuelta de tuerca, con mucha ironía, a este género fílmico para ofrecernos una cinta que ahonda en las miserias de la condición humana. Empezando por la propia sátira del título (que podría traducirse como “mente maestra”), cuando, lejos de ser un plan perfecto e infalible, hace aguas por todas partes. Una película que incluso logra enternecernos al mostrarnos hasta dónde puede llegar la torpeza humana. Y es que, a lo largo del metraje, la trama nos revela que robar esas obras de arte pudo ser fácil, pero preservarlas es misión imposible.
Otro de los aspectos más destacados de la cinta es el contraste entre los personajes de Josh O’Connor y Alana Haim, que conforman un matrimonio de lo más equilibrado. Mientras él encarna la inocencia, ella aporta la sensatez. Una dicotomía que se estira al máximo a medida que avanzan los minutos, hasta casi llegar al punto de ruptura.

Sin duda, The Mastermind es un retrato desesperanzado, casi agrio, de una época en la que Estados Unidos se veía atrapado en un periodo de estancamiento económico, con alta inflación y elevadas tasas de desempleo. Justo el ambiente que se refleja en la película. Así, la cinta deja un poso de melancolía del que cuesta desprenderse.
Salvando las distancias, es imposible no evocar La quimera (también protagonizada por Josh O’Connor). En La quimera, el británico interpreta a un arqueólogo que se ve envuelto en el peligroso mundo del tráfico de bienes culturales junto a una banda de criminales. Además, ambas películas comparten esa melancolía en la mirada, encarnando a un amante del arte apesadumbrado que se ve superado por sus circunstancias.

Ahora, parece que el denominado cosy crime está redefiniendo las novelas de misterio gracias a su tono ligero y desenfadado, y a la gran ausencia de escenas violentas o explícitas. Aunque este subgénero todavía no ha encontrado (del todo) su hueco en la gran pantalla, es una etiqueta que encaja bastante bien con el cine de Kelly Reichardt. Supongo que, siendo hija de un inspector de policía y de una agente infiltrada, estaba predestinada. No es casualidad, pues, que varias de sus películas traten sobre el crimen: desde su debut en 1994 con River of Grass, en la que dos amantes huyen sin mucho entusiasmo tras creer erróneamente que son asesinos, hasta su obra maestra de 2019, First Cow, que gira en torno al robo más discreto imaginable: dos empresarios de principios del siglo XIX que sustraen leche a la luz de la luna para su incipiente negocio de donuts.
Quizás la trivialidad con la que se vivían los crímenes en su infancia es lo que la ha llevado a hacer un cine que se centra en ellos, pero desde la cotidianidad más absoluta, sin grandes hazañas ni anécdotas grandilocuentes. Ahora, solo nos queda esperar para ver si nuestro antihéroe podrá llegar a los Oscar.
En definitiva, The Mastermind confirma una vez más la capacidad de Kelly Reichardt para capturar la belleza de lo cotidiano incluso en medio del fracaso. Lejos de ofrecer un relato de acción o suspense, la directora propone una reflexión amarga y poética sobre la pérdida de ideales, la precariedad y la fragilidad del ser humano ante un sistema que ya no promete redención. Con su estilo sobrio y su mirada compasiva, Reichardt convierte un simple robo en una elegía sobre la desesperanza, recordándonos que, a veces, el mayor crimen es seguir creyendo en el sueño americano.




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