“Sirat”: una odisea española rumbo a los Oscar
- ESZNA
- 7 oct
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Actualizado: 14 oct
Madrid, Comunidad de Madrid

Texto: Ángela Bellón
El pasado 17 de septiembre, la Academia de Cine comunicó la decisión: Sirat será la película que represente a España en los Premios Oscar 2026 en la categoría de Mejor Película Internacional. La noticia no sorprendió tanto como confirmó una sensación que muchos venían compartiendo desde su estreno el 6 de junio: estábamos ante una de las obras más ambiciosas del cine español contemporáneo. Cuatro meses después, la cinta sigue proyectándose en algunas salas del país como el primer día sosteniendo su recorrido gracias al boca a boca (para bien o para mal) y a una fidelidad de público que pocas películas nacionales consiguen mantener durante tanto tiempo.
La elección de Sirat tiene una carga simbólica evidente. Su director —ya consagrado con O que arde— firma aquí su película de proporciones más épicas, un salto hacia territorios más vastos sin renunciar a su mirada poética y contemplativa. Si O que arde era una historia “con denominación de origen”, profundamente enraizada en el paisaje y la idiosincrasia gallega, Sirat se abre al mundo, traspasa fronteras y convierte ese localismo en universalidad. Y quizá ahí reside una de las claves que explican por qué la Academia la ha escogido como carta de presentación del cine español este año: porque habla desde lo particular para resonar en lo global.
Para quienes aún no la hayáis visto, pongámonos brevemente en contexto. Sirat narra la historia de un padre y su hijo pequeño que se introducen en una rave en el sur de Marruecos en busca de su hija desaparecida. No entraré en detalles para no arruinar la experiencia cinematográfica, pero conviene subrayar que esto no es más que una premisa. La ansiada búsqueda es tan solo un supuesto que desencadena una serie de acontecimientos que suceden ante nuestros ojos sin dar un respiro. Uno tras otro, como una corriente imposible de detener — y que no somos capaces de digerir con la misma velocidad con la que se nos presentan en pantalla.
Ahora bien, sería un error monumental acercarse a Sirat con la expectativa de encontrar un thriller o un drama clásico sobre un padre desesperado buscando a su hija por sus propios medios. Sirat es otra cosa. Tiene vida propia. Y esa rave inicial es tan solo el telón de fondo. Lo que realmente propone la película es una experiencia sensorial, un descenso hipnótico en el que el sonido, la luz y el movimiento adquieren el peso que en otros filmes recae sobre el guion. La trama es solo un cauce, un pretexto que permite desplegar un torrente visual y sonoro de enorme potencia.

El diseño de sonido, de hecho, ha sido una de las grandes revelaciones del año. El rugido del viento en el desierto, las bases electrónicas que se confunden con los latidos del corazón, las voces perdidas entre la multitud... todo en Sirat parece diseñado para sumergirnos, no solo contarnos. A su vez, la dirección de fotografía alcanza momentos de un virtuosismo casi místico: los coches viajando por una carretera en la que no se alcanza a ver el horizonte, el polvo suspendido en la atmósfera, los cuerpos moviéndose al compás de una música que parece venir de otro mundo. Cada plano parece pensado para permanecer en la retina durante días.
Por eso, la elección de Sirat como representante en los Oscar tiene algo de declaración de intenciones. La Academia española no ha optado por una historia cómoda o lineal, sino por una obra que desafía al espectador, que lo descoloca y lo arrastra a un territorio entre lo onírico y lo físico. Una apuesta arriesgada, pero también valiente, en un panorama internacional donde cada vez se premia más la autoría y la personalidad. Si Sirat logra conectar con la sensibilidad de los votantes de la Academia de Hollywood, podría situar al cine español en una conversación estética más amplia, junto a obras como The Zone of Interest o Drive My Car, películas que también transformaron lo íntimo en lo universal.
Sin embargo, la misma radicalidad que la hace fascinante puede ser su principal obstáculo. Sirat no busca complacer ni emocionar de forma tradicional; exige paciencia, entrega y una disposición casi ritual. Su lenguaje es más cercano al trance que al relato, y eso puede resultar “demasiado” para ciertos públicos. Hay quien saldrá del cine abrumado, incluso que abandone la sala antes del fin de la cinta. Pero también habrá quien salga transformado, con la sensación de haber asistido a algo irrepetible.
En definitiva, Sirat es una buena baza para representar a España en los Oscar. Su ambición formal, su carga simbólica y su dimensión sensorial la convierten en una propuesta única, capaz de demostrar que el cine español no teme arriesgar ni explorar nuevos caminos. Pero también es cierto que, en su exceso, puede terminar siendo una experiencia demasiado intensa, incluso desbordante, para la sensibilidad del jurado estadounidense.
Aun así, si el propósito de enviar una película a los Oscar es mostrar lo mejor, lo más singular y lo más valiente de nuestro cine, entonces la elección de Sirat no solo es coherente: es un gesto de fe en la potencia del cine como arte total.



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